Pintura acrílica de gran formato (2 x 2 m.) que articula, mediante una fusión de técnicas pictóricas y de grafiti —spray, plantillas, brochazos sueltos, esgrafiados y veladuras— una relectura contemporánea de un pórtico gótico francés: la composición replica la verticalidad rítmica de arquivoltas y columnas y sugiere un tímpano figurado mediante siluetas condensadas que recuerdan estatuaria procesional, mientras que un motivo circular policromado evoca, a la vez, la rosácea y un medallón decorativo. Formalmente la obra juega con la superposición y la transparencia: capas translúcidas de color amortiguan y a la vez realzan manchas más brillantes y líneas angulosas, creando un efecto de vibración óptica que simula tanto la luz filtrada de vitrales como la incidencia fría y directa del neón urbano; las figuras, esbozadas y parcialmente borradas, funcionan como relieves pictóricos —al modo de un retablo fragmentado— donde lo iconográfico se disuelve en señales gráficas (flechas, trazos, rasguños) propias del lenguaje callejero. La paleta mezcla cálidos atenuados y azules y morados profundos que establecen contrastes de volumen y profundidad; el gesto —a veces limpio, a veces goterado— enfatiza la materialidad de la pintura y la tensión entre construcción arquitectónica y azar performativo. En cuanto al significado, la pieza propone un diálogo entre memoria y contemporaneidad: el pórtico gótico, símbolo de umbral sagrado y de narración histórica, es resignificado como palimpsesto urbano donde el pasado monumental convive con la codificación visual de la ciudad; la erosión figurativa y la interferencia del grafiti sugieren procesos de secularización y reapropiación, cuestionan la autoridad de las formas canónicas y reivindican una lectura plural del patrimonio —a la vez patrimonializado y vivamente popular—, convertida aquí en espacio de encuentro entre lo litúrgico y lo cotidiano, entre el recogimiento escultórico y la energía efímera del aerosol.